
El azufre en el jardín: ¿cómo y por qué utilizarlo?
Un fungicida natural y compatible con la agricultura ecológica
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Desde la Antigüedad, el azufre acompaña a los jardineros para proteger los cultivos. Remedio antiguo pero siempre actual, sigue siendo uno de los pocos productos a la vez eficaces, naturales y autorizados en agricultura ecológica. No solo permite combatir ciertas enfermedades temibles, como el oídio o la sarna, sino que también desempeña un papel nutritivo, a menudo desconocido.
Entonces, ¿por qué y cómo utilizarlo hoy en el jardín, sin perjudicar el equilibrio de la fauna y el suelo?
El azufre: un elemento vital para las plantas a veces olvidado
El azufre es uno de los elementos que las plantas necesitan para desarrollarse bien, al igual que el nitrógeno, el fósforo o el potasio. Interviene en la fabricación de proteínas, la fotosíntesis y el buen funcionamiento de las enzimas. En principio, está presente de forma Natural en el aire, el agua de lluvia o ciertos suelos. Pero con la disminución de las emisiones contaminantes, las plantas reciben menos que antes. Y como el estiércol, otra fuente valiosa de azufre, se utiliza cada vez menos, las carencias se vuelven más frecuentes, especialmente en los cultivos más exigentes.
Cuando a una planta le falta azufre, primero se nota en sus hojas jóvenes: se vuelven pálidas, casi amarillas, señal de que la fotosíntesis se ralentiza. El desarrollo se frena y las enfermedades encuentran más fácilmente su camino.
El azufre: un antifúngico natural tremendamente eficaz
No es casualidad que el azufre siga siendo un pilar en la lucha contra los hongos. Actúa liberando vapores que impiden el desarrollo de esporas, sin necesidad de penetrar en los tejidos. Es un tratamiento superficial, pero muy eficaz… siempre que se aplique en las condiciones adecuadas. El oídio es su objetivo predilecto, pero también actúa contra la sarna, algunas agallas, la erinosis de las vides e incluso las arañas rojas. Se utiliza en rosales, frutales, hortalizas e incluso en plantas con floración sensible como los begonios.

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¿Cuándo y cómo aplicar el azufre en el jardín para que sea realmente útil?
El azufre es sensible al Tiempo. Para que sea eficaz, es mejor aplicarlo en días secos, cuando las temperaturas rondan los 20 a 25 °C. Por debajo, actúa menos. Por encima, se vuelve irritante para las hojas y puede provocar quemaduras. Por eso evitamos las tardes demasiado calurosas y preferimos la mañana o el atardecer. Una vez pulverizado, protege la planta durante aproximadamente una semana. Pero una tormenta o una lluvia intensa puede arrastrarlo: en ese caso, habrá que repetir el tratamiento.
Suele presentarse de dos formas: en polvo para espolvorear directamente sobre las hojas, o en versión mojable para diluir en agua, más adecuada para grandes superficies. En ambos casos, sigue siendo un producto de contacto: no penetra en la planta ni protege las hojas nuevas. Por eso funciona principalmente como preventivo, o ante los primeros signos de enfermedad.
¿Y para las plantas comestibles?
El azufre está autorizado en frutas y verduras, pero con una condición: esperar algunos días entre el tratamiento y la cosecha. Por lo general, cinco a siete días son suficientes para eliminar cualquier rastro. Es una precaución importante, especialmente si planeas cocinar o conservar las cosechas.

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El azufre: un producto natural, pero no sin consecuencias
Aunque el azufre sea natural, no está exento de efectos sobre el medio ambiente. En altas dosis, puede acidificar el suelo, lo cual no es deseable para todas las plantas. También puede molestar a ciertos insectos útiles como las abejas, sobre todo si es aplicado en período de floración. Por eso siempre se recomienda usarlo con moderación, únicamente cuando sea necesario.
Y como puede ser irritante para los ojos y las vías transpirables, es mejor llevar una mascarilla y evitar todo contacto directo con la piel. Una vez más, un uso razonable marca la diferencia.
El azufre: un valioso aliado cuando jardinas de forma natural
El azufre no sustituye una buena prevención, pero sigue siendo una herramienta eficaz para evitar recurrir a productos químicos más agresivos. Bien utilizado, protege las plantas sensibles sin comprometer la salud del suelo ni la de los jardineros. Y aunque no lo soluciona todo, puede marcar la diferencia cuando se dan las condiciones propicias para que se instale una enfermedad.
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